Leonilda González ha tenido un papel protagónico en la acción docente, tanto en el Club de Grabado como a través de los viajes que realizó impulsando la creación de centros de formación de grabado en Latinoamérica.
Según el crítico Gabriel Peluffo «algunos intelectuales de la izquierda uruguaya profundizan la vertiente realista buscando ampliar su plataforma social. La fundación del Club de Grabado en 1953 es un ejemplo de ello».
En el Uruguay de los años cincuenta el panorama artístico nacional daba paso a multiplicidad de caminos expresivos: junto al geometrismo abstracto y a las experiencias matéricas de finales de la década, se debe incluir el grabado en la plástica nacional.
La serie «Novias revolucionarias», que Leonilda González inicia en 1968 como un manifiesto de protesta irónica contra el matrimonio concebido como una pérdida de libertad, se convertiría en la época de dictadura en símbolo de protesta. Las mujeres solas y la estética del grabado tan asociada a períodos determinados de la cultura y del país, aludían en el imaginario local, a madres y novias con hijos o maridos presos, exiliados o desaparecidos y convirtieron estos grabados en un símbolo más de resistencia.